Nos encontramos en tiempos complejos, accidentados e impulsados por el miedo que causa la ignorancia y la intolerancia a la diversidad y a lo desconocido, y en los que -casualmente- ha sido más evidentemente sentida, registrada y difundida la migración en todo el mundo, incrementando los espacios físicos y digitales para adaptarnos a lo nuevo. Como una más de las estrategias que la humanidad, de forma natural ha ejecutado para obtener mejores condiciones de vida (Ramírez, 2019), el movimiento de personas de una localidad a otra -eso es la migración-, es lo que el ser humano ha hecho desde sus primeros días en el planeta Tierra.
“El afán por la mejora en las condiciones de vida es un sentimiento que puede considerarse innato en el ser humano: de hecho, el propio instinto de conservación y un espíritu de superación que aparece por doquier en las sociedades humanas podrían considerarse, en realidad, el motor del proceso histórico” (Valadés, 1994)
Para la Antropología, ese movimiento de personas también incluye transformaciones sociales, culturales y económicas, como las que actualmente reconocemos, vemos en las noticias -o en algunos casos hasta somos testigos o partícipes de ellas-, como por ejemplo: la gentrificación, la llegada de refugiados, las caravanas de caminantes, etc. El arribo de nuevas personas a nuevos lugares, abre paso a nuevos contextos simbólicos y distancias, tanto en lo físico como en lo digital y emocional, en los que interactuamos de forma más rápida y frecuente con más personas, identidades e información tan variada, cambiante y nueva que se convierten en No-lugares.
El No-lugar, es un concepto creado por el antropólogo francés Marc Augé (1992), para referirse a los espacios del anonimato, es decir, aquellas áreas intercambiables e impersonales, en las que circulamos, consumimos y nos comunicamos de forma anónima, características propias de la sobremodernidad (Marc Augé, 1992; Alcoberro, s/f). De ahí que vivamos en una época en la que el tiempo se ha acelerado, donde hay exceso de acontecimientos y de lugares, y en la que ha aumentado la individualización (González, 2018), multiplicando los espacios sin relación con la identidad, las relaciones y la historia convirtiéndose en muchos no-lugares, en los que las experiencias se multiplican y ocurren tan breve y rápidamente que no nos apropiamos de ellas (González, 2018), y no las vivimos realmente.
Un síntoma evidente de la migración como no-lugar, es esa sensación de “no ser ni de aquí, ni de allá”. Un ejemplo de ello ocurre cuando la migración es forzada e involuntaria, a causa de conflictos, violencia, persecución o desastres naturales. Pero en general, toda experiencia y proceso migratorio implica factores como:
La pérdida de arraigo y de referentes culturales, sociales y familiares, que hacen más difícil el adaptarse y sentirse parte del nuevo lugar.
La fragmentación de la identidad, como resultado de la necesaria adaptación a contextos culturales y sociales diferentes y a veces contradictorios al propio.
La dificultad y complicación de la comunicación e integración al nuevo lugar, debido a la barrera lingüística y cultural
“Migrar es la esencia del Darwinismo: la búsqueda de la supervivencia aún por encima de tus arraigos”. A. Codutti
Los no-lugares se originan como espacios con ausencia del sentido de pertenencia para quienes se encuentran en él y lo transitan. Así como las salas de espera, el lobby de un hotel, los centros comerciales y los pasillos de una terminal de autobuses son no-lugares porque no se crean vínculos ni interacciones sociales duraderas en ellos, ocasionando que no posean una identidad ni una historia que identifique a quienes los transitan más allá de considerarse usuarios o consumidores. También la llegada a un nuevo sitio implica pocas o -a veces- la ausencia de vínculos sociales e interacciones que favorezcan la construcción de identidad arraigada, convirtiéndose en un no-lugar para quien se encuentre en él por un período de tiempo determinado.
De un no-lugar a otro (Foto: M. Barrios, 2021)
Y es que son nuestras historias, vínculos, culturas y lengua lo que nos ha permitido como personas arraigarnos a un lugar. Al no pertenecer a una historia, cultura, lengua y territorio que nos permita identificarnos como parte de, nos encontramos en un no-lugar, que nos mantiene en una especie de limbo entre el “acabo de llegar” y el “mientras me establezco”, a la vez que nos encontramos en constante movimiento, cambio y aprendizaje durante la adaptación que conlleva la migración, para quien es migrante y para quien lo recibe.
"Con la globalización los no lugares van creciendo y, de hecho, las telenoticias [y las redes sociales] acaban convirtiendo el mundo entero en no-lugar donde la información se degrada a cosas que “pasan” sin crear auténtica realidad y ya ni siquiera se produce indignación moral" (Alcoberro, s/f)
Referencias bibliográficas:
Augé, Marc. (1992). Los no lugares, espacios del anonimato : una antropología de la sobremodernidad (4. ed edición). Gedisa.
Alcoberro, R. (s/f). Notas sobre los no lugares de Marc Augé. En: http://www.alcoberro.info/nota-sobre-los-no-lugares-de-marc-augé.html#:~:text=Los%20no%20lugares%20describen%20el,se%20produce%20una%20confluencia%20anónima.
González Roblero, V. (2018). Conflictos de exilio. La frontera como no lugar en La mitad del infierno de Óscar Palacios. Estudios fronterizos, 19, e014. En: https://doi.org/10.21670/ref.1814014
Ramírez, R. (2019). Migración y antropología. En: https://www.ugto.mx/investigacionyposgrado/eugreka//contribuciones/185-migracion-y-antropologia
Sierra, J. M. V. (1994). Antropología de las migraciones. Revista de dialectología y tradiciones populares, 49(2), 223.
ISO 690